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CUADERNO DE TLALOC. Retazos filosóficos de los siglos XIX, XX y XXI.

EL TRIANGULO SEMANTICO

 

            Así como el concepto de signo lingüístico de Saussure es esencialmente diádico, el triángulo  metodológico, o triángulo semántico es un intento gráfico de explicar el mecanismo por el cual el mundo extralingüístico se incardina en el lenguaje, o viceversa. La semántica analítica o referencial intenta captar la esencia del significado resolviéndolo en sus componentes principales, según explica S. Ullmann. Se localiza metodológicamente en el paso de los universales a la lengua; es decir, vamos a considerar cómo aquello que es extralingüístico penetra en el dominio del signo lingüístico y se hace así algo lingüístico de modo sistematizado. El modelo más conocido es el triángulo de C. K. Ogden y I. A. Richards (1925). 

 

 

 

            Años más tarde, en 1962, S. Ullmann lo vuelve a tomar como base metodológica, aplicando una terminología saussureana en sus vértices:

            Es importante comprender que en la idea saussureana de signo lingüístico los dos vértices de la izquierda, significante y significado, pertenecen ambos al mundo psíquico. El significante es la imagen mental acústica que se provoca al escuchar la secuencia de fonemas o las grafías escritas en un texto, mientras  que el significado es el concepto mental que está vinculado a dicho significante. El tercer vértice pertenece al mundo, y es extralingüístico.

 

            Por razones de eficacia explicativa, también lo adopta K. Baldinger, aunque sin hacer hincapie en la entidad mental del significante, asimilándolo a la propia secuencia fónica o gráfica:

 

            Así, por ejemplo, en el término locomotora del diccionario observamos el nombre  /lokomotóra/;  la imagen mental que dicho nombre provoca en nosotros o sea: el significado o conceptomáquina montada sobre ruedas que, movida por vapor, electricidad, etc., corre sobre carriles y arrastra los vagones de un tren’; y  la realidad o cosa, esa máquina del tren que tomé la semana pasada, por ejemplo.

            Este triángulo nos recuerda por sus componentes los «modi» de los escolásticos medievales, a saber:

 

 

así como su famosa definición: «vox significat mediantibus conceptibus». Pero en estos «modistas» el enfoque es filosófico. Con un enfoque lingüístico vamos a detallar las relaciones de los vértices:

Relación de los vértices:

            La relación del significante con el significado es recíproca: un vértice evoca al otro. Estamos en el conocido signo lingüístico de Saussure.

            Más problemas ofrece la relación del significado o concepto con la cosa. La cosa o realidad es extralingüística, la cosa no se nos da, no depende de nosotros. Podríamos decir que el lenguaje es transposición de la realidad y, por ello, la lengua no puede evitar la relación entre el objeto mental o concepto y la realidad exterior. Es decir, que entre los significantes y la realidad está todo el mundo de los conceptos.

             Finalmente, entre el significante y la cosa la relación es inmotivada. No se da relación directa entre estos dos vértices: estamos ante la arbitrariedad del signo, de la cual ya nos habló Saussure. K. Baldinger añade oportunamente que la forma significante no está motivada por la realidad, ya que, de no ser así, habría una sola lengua y no sería posible la evolución de una lengua. Sin embargo, los defensores de la onomatopeya, como motivación directa de la realidad o cosa que solicita una forma determinada de significante, han escrito muchas páginas. Su posición es científicamente indefendible. Por una parte, la poca consistencia de su razonamiento cae de por sí al comparar dos lenguas; así, por ejemplo, flip en inglés, queda contradicho con su inmediata traducción castellana chasquear. Lo que sí es posible es el aprovechamiento de la forma significante en dirección a la realidad, que el hablante puede usufructuar premeditadamente. Estamos ante el artificio llamado aliteración, como, por ejemplo, hace Garcilaso de la Vega en estos dos versos de su Égloga III:

En el silencio sólo se escuchaba

un susurro de abejas que sonaba.

            Y, lingüísticamente, podemos referirnos a una motivación secundaria, como encabritarse a través de cabra, pero no proviene como calco de la realidad extralingüística, sino como metáfora lexicalizada en un criterio de enfoque lexicológico dentro de la lengua y en su evolución diacrónica.

Análisis de los vértices:

            Del vértice de la realidad o cosa, nada tenemos que decir. Insistimos en que la realidad es extralingüística. Su estudio es competencia de otras ciencias: si esa realidad exterior es un «jilguero», su estudio pertenece a la ornitología dentro de las ciencias naturales. En el vértice del significante hemos encontrado una terminología variada: símbolo, nombre, significante. Conviene no confundirla y recordar las matizaciones lingüísticas que han quedado expuestas en otros apartados, diferenciando en nuestros criterios el símbolo y el signo, los medios de comunicación de los sistemas de comunicación: en suma, restringir los códigos semióticos, incluidos en este vértice tomado en amplia consideración, al código lingüístico en su aspecto de significante, analizado ya como nivel de expresión. El análisis del vértice del pensamiento o concepto puede tomar dos direcciones que ya hemos mencionado: un aspecto filosófico que queda fuera de nuestra lingüística, y un aspecto lingüístico en tanto en cuanto la lengua da formas para relacionar esos conceptos con la realidad. Es el problema filosófico del límite de los conceptos.

El límite de los conceptos:

Ya dijimos que entre los significantes y la realidad está el mundo de los conceptos. Tomemos, por ejemplo, el significante /kasa/. En la realidad nos encontramos con una grandísima variedad de cosas «casa». Por ello es necesario hacer una abstracción para que esa forma exprese el concepto que ofrece esa variada complejidad en la realidad. De esta manera, todos los conceptos pueden ser expresados en una lengua. Ahora bien, como señala B. Pottier, si no puede existir campo nocional sin campo léxical, un «vacío» lexical no tiene que estar lleno necesariamente por un significante simple; se puede recurrir a perífrasis compuestas, como el hecho de estar casado, la máquina de escribir que no funciona, ... Es decir, que no hay coincidencia entre lo nocional y lo léxico. Extremando la precisión, añade el mismo lingüista, se puede afirmar que no existen dos «sillas» idénticas. Sin embargo, ante mil objetos distintos un sujeto puede tener la misma reacción y elegir mil veces el término silla para designarlos. Si se coloca a mil personas ante esas mil «sillas», se puede obtener el término silla un millón de veces. Y concluye: esta coincidencia de subjetividades es lo que se llama objetividad en lingüística. Si no se da esa objetividad, hay límites. Así puede observarse en el ejemplo tradicional de los colores del arco iris: rojo, anaranjado, amarillo, verde, azul, añil, violeta. ¿Cuándo acaba el verde y es azul? Se trata de un límite donde puede faltar la coincidencia de subjetividades. Esta delimitación es propia de cada lengua que marca límites de manera convencional, hecho que debe tenerse en cuenta al traducir.

 

Esta consideración nos lleva a afirmar que la lengua presenta la relatividad de la realidad. Hay diferencia relativa entre joven y viejo, entre frío y caliente; pero, ¿dónde está el límite? La claridad significativa radica en el funcionamiento oposicional. Quizá convenga recordar que con E. Coseriu que la significación es creación de la experiencia humana, lo cual equivale a afirmar que la lengua no es constatación sino delimitación de fronteras dentro de lo experimentado.

Esto obliga a distinguir el llamado enfoque intensional, propio de la lengua,

 

del enfoque extensional, que parte de la realidad,

 

La diferencia es clave. La lengua, en su enfoque intensional, se fundamenta en una oposición relativa que crea una estructura, como en

 

mientras que el enfoque extensional se hace nomenclatura y es propio del lenguaje científico, es decir, la serie ordenada

 

Lo que describe E. Coseriu es el ideal del lenguaje científico, un ideal raras veces logrado, apunta K. Baldinger, ya que ese lenguaje científico se sirve también del lenguaje común con los consiguientes debates terminológicos. La diferencia entre el léxico estructurado, lingüístico de enfoque intensional, frente al léxico científico, nomenclatura de enfoque extensional, no es tan nítida. De todas maneras, es propio de la lingüística, en pro de su economía léxica y a causa de su vivencial dinamismo creador, la variación en problemas de polisemia, homonimia, metáfora, sinécdoque, metonimia, problemática que el lenguaje científico necesariamente tiende a evitar. Para percatarse de ello, compárese el término sal en este doble enfoque:

 

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